EL OBISPADO DE COPIAPÓ DEFENDIÓ LOS DERECHOS HUMANOS EN DICTADURA

Por Jessica Acuña Neira

      Luego de ocurrido el Golpe, ante la violencia, ejecuciones, desapariciones, las iglesias cristianas junto a la judía decidieron crear el Comité Pro Paz, impulsado por el Cardenal Silva Henríquez y a cargo del Obispo Católico Fernando Ariztía y del luterano Helmutz Frenz, desarrollando una importante labor de defensa de los derechos humanos, la que fue desprestigiada por la dictadura y con múltiples amenazas y amedrentamientos a su personal. Sin embargo, ante las detenciones de sacerdotes y amenazas a quienes trabajaban en él, la Iglesia Católica decidió cerrarlo y crear al día siguiente la Vicaría de la Solidaridad a nivel nacional.

      Con Fernando Ariztía como Obispo de Copiapó, la Iglesia en Atacama desarrolló a través del Obispado una extensa labor de protección a los derechos humanos. Si bien no existía formalmente la “Vicaría de la Solidaridad” en Copiapó, sí tenían un departamento jurídico que se encargaba de este tipo de problemáticas, conformado por abogados como Erick Villegas y Mónica Calcutta. También fueron abogados comprometidos con causas de derechos humanos en la zona Eduardo Morales y Elías Nehme. La Parroquia San José Obrero, fue otro de los lugares recordados por su marcado compromiso social.

Angélica Palleras, en 1985, quiso acudir a la justicia por la desaparición de su hermano Adolfo, en la caravana de la muerte del 17 de octubre de 1973. La primera respuesta, cuando viajó a Copiapó y se sentó en la silla del funcionario que trabajaba en esta materia en el Obispado fue que era imposible. Ella no quedó conforme con esa contestación y decidió conversarlo con el Obispo Fernando Ariztía.

      La puerta estaba siempre abierta para los familiares de las víctimas de la dictadura como también para quien lo necesitara. El Obispo la saludó cariñosamente y la escuchó con atención. Estuvo de acuerdo, y le recomendó al abogado Erick Villegas, que trabajaba con el obispado, diciéndoles que había salvado hartas vidas con su trabajo a través de acciones judiciales, liberando a jóvenes, sobre todo estudiantes, alguien muy comprometido con su labor.

Cecilia Pérez, hija del profesor Pedro Pérez asesinado en la Caravana de la Muerte recuerda el refugio que fue la Iglesia para su familia:

      —Nosotros tuvimos que irnos de Chile porque mi mamá estuvo presa y le sacaban todos los años la cresta y volvían después para amedrentarla. Una de las personas que ayudó fue Fernando Ariztía. Después cada vez que iba a Roma pasaba a vernos y fue muy cercano a mi mamá y Camus también.

      Carla Brown vivía en Chañaral, con su esposo Guillermo Rojas Zamora, a quien detuvieron en el Liceo donde trabajaba sin que hasta el día de hoy haya noticias sobre su paradero. A los pocos días la despidieron de su trabajo y abandonó Copiapó. En el Liceo Católico Atacama volvió a trabajar. No llevaba una semana cuando uno de los sacerdotes recibió una llamada anónima, reclamando por su presencia en el establecimiento:

      —Cuando me contrataron nunca me preguntaron nada y yo no dije nada. Después de la llamada, me llamaron a la oficina y el padre Jean me dice ‘Carla, qué pasa, me llamaron de forma anónima de tal cosa’. Habían pasado cuatro años, le conté lo que había ocurrido y me responde ‘tranquila, seguirás trabajando… y yo sé quién fue la persona que llamó, porque le reconocí la voz’. Así que desde esa fecha nunca más me sentí desprotegida. El Liceo Católico pertenece al Obispado y terminé de trabajar allí después de 30 años y vuelvo a trabajar acá al obispado, en la Fundación IEP. Nunca faltó nada, en eso debo dar gracias porque no fue la misma situación de otras mujeres esposas de detenidos desaparecidos – relata Carla en una reflexión sobre uno de los aspectos menos narrados de las mujeres que vivieron las desapariciones forzadas: el empobrecimiento.

      Recuerda con cariño al Obispo Fernando Ariztía, como una persona preocupada de ella y su familia, cariñoso y siempre preguntando si había novedades respecto a Guillermo. Recuerda haber participado de una reunión con familiares de detenidos desaparecidos, en el rol activo que desarrollaba la iglesia en materia de violaciones a los derechos humanos, como también que se sintió protegida con la existencia de un líder que no le tenía miedo a los militares.

      Las mujeres de la UDEMA, Unión de Mujeres de Atacama que lucharon por la recuperación de la democracia, también recuerdan que estuvieron al alero de la Iglesia y que los sacerdotes las instaban a hacer sus tareas difundiendo la palabra de Dios, pero también preocupándose de la situación política y social. Cuentan que muchas veces ellas le pedían al Obispo Ariztía algunas acciones como misas especiales por el Día de la Mujer, pero antes él las invitaba a salir y dar tres vueltas alrededor de la plaza. Las mismas tres vueltas que él solicitó le dieran a su féretro durante su funeral. Ellas entendieron el mensaje.

      Cuando en 1984 los militares ingresaron a la Universidad de Atacama, detuvieron a más de 300 estudiantes, hirieron a bala a catorce jóvenes, dos de ellos de extrema gravedad y asesinaron al joven Guillermo Vargas, al enterarse de lo que estaba ocurriendo Fernando Ariztía, acompañado, ingresó al lugar. Allí vio y según detallan diversos testigos, impidió el montaje que comenzaban a hacer poniendo explosivos en sus ropas para culparlo de terrorista.

      Desde el mundo de la cultura, Gabriel Indey recuerda que el Obispado lo contrató para hacer talleres en 1978 a jóvenes a través de la pastoral juvenil, donde organizaron un grupo de teatro, festivales del cantar y un taller literario. Este fue el germen de una nueva acción cultural, que se alimentó con la traída de artistas del teatro que les hicieron talleres de la talla de Andrés Pérez y Alfredo Castro, siempre al alero de la Iglesia Católica y del Obispado. Las funciones del grupo de teatro fueron un éxito, donde a través de música, bailes y textos creados colectivamente mostraban realidades como los detenidos desaparecidos, el consumismo y la prostitución. Sin embargo, debieron terminar con las presentaciones ante la amenaza de los militares. Gabriel Indey tuvo que irse de Copiapó, ya que su seguridad estaba amenaza. Cuando volvió a Copiapó, fue detenido y encarcelado, trance en el que el Obispado y Ariztía, siempre estuvo presente, hasta su libertad.

      Ruth López, a su regreso a Copiapó en 1986 después de recibirse como actriz -quien dio sus primeros pasos siendo estudiante de enseñanza media en el Grupo de Teatro del Obispado de 1978- también fue contratada para hacer talleres a los jóvenes en las diversas poblaciones, promoviendo un teatro con un mensaje de denuncia social y política, que además fue un semillero para que nuevas personas conocieran esta disciplina y la incorporaran a sus vidas, temporal o definitivamente. Este impulso a la acción cultural la mantuvieron hasta el retorno a la democracia.

      Gabriel Indey recuerda que los actos culturales, precursores de las peñas, se realizaban al alero de la iglesia, donde con cantos, lecturas de poemas,  celebraban fechas como el Día de la Mujer. Reuniones que ayudaban a que las personas volvieran a reunirse, en parroquias como San José Obrero en Pedro León Gallo. Incluso ocupaban sus dependencias para hacer reuniones políticas, como la efectuada con la misión de conformar el MDP, que agrupaba a partidos de izquierda con el fin de derrocar a la dictadura, cuando fueron rodeados por la CNI. Ante esta situación, le  pidieron al sacerdote los instrumentos del coro y fingieron ser un grupo folclórico ensayando la canción “el gorro chilote”.

      Desde lo gremial, Nora Montero, quien participó de la AGECH -organismo paralelo al Colegio de Profesores que buscaba recuperar ese organismo en ese momento intervenido por la dictadura-, recuerda que la acción del Obispado siempre estuvo presente.

      A unos días del asesinato de los degollados en Santiago, la AGECH organizó una misa en conmemoración en la catedral de Copiapó, dirigida por el Obispo Fernando Ariztía. Leonor Núñez, Nora Montero, Ana María Torres eran algunas de las docentes que se preocupaban de poner crespones negros en las solapas de los numerosos hombres y mujeres que repletaron esa iglesia de piso negro y blanco, bancos de madera, construcción colonial del siglo XIX de tres naves amplias y con un sagrario de plata cincelada.

      Nora recuerda el momento:

      —Organizamos una misa, se la pedimos a don Fernando Ariztía, acordamos hacer crespones negros para todos los asistentes, para darle algo más simbólico, hubo palabras en la misa, representantes de personas que participaban en ese tiempo en contra de la dictadura. Nosotros ubicábamos a los CNI, le pusimos los crespones a los cenachos, fue la Leo Núñez y otra compañera, la Blanca Pérez, que vivía en la población Los Sauces, profesora de la escuela Especial, ellas hicieron eso de ponerles los crespones, esa osadía fue ocurrencia de la Leo y la Ximena Cataldo. Nos costó bastante caro porque cuando salimos de misa estaba afuera Carabineros, se armó una trifulca, pero después logramos rearmarnos y hacer la velatón.

      Los taxistas que tenían su paradero en la plaza, frente a la catedral, despejaron la zona, como varias otras veces, para que pudieran realizar la velatón. Luego de instalar las velas en el piso, comenzaron a dar una vuelta alrededor de la plaza, cuando Carabineros comenzó a dispersarlos.

      —Tuvimos que entrarnos a la catedral. Don Fernando siempre tenía la gentileza de dejarla no sólo abierta si no que se quedaba una persona, para que luego que entrara la gente cerraban altiro la catedral e impedían el ingreso de carabineros. Después salíamos tranquilamente por otro lado, por la calle O’Higgins, después de un rato. Eso fue no sólo en esta actividad, siempre, don Fernando era muy preocupado de que en lo posible a uno no le pasara nada – recuerda Nora sobre este modo de actuar en que la Iglesia Católica tuvo un rol protector.

      Una actitud muy diferente a lo acontecido en el estallido social, donde la Iglesia Católica estuvo bastante ausente. Por esos días se encontraba sin Obispo, así que no hubo declaraciones propias, sólo repitieron las de la Conferencia Episcopal que es la voz de los obispos del país: “Obispos piden respetar derechos de las personas y evitar más derramamiento de sangre para reconstruir la paz social” decían el 24 de octubre del 2019. Consultada la Iglesia Católica en Atacama sobre este punto, explicaron que las parroquias quedaron a disposición de las familias afectadas, especialmente en el ámbito de la ayuda social.

      Durante los primeros días de octubre se celebraba misa en la catedral, cuando las protestas y la represión se sintió fuerte. Los feligreses, asustados, solicitaron que se cerraran las puertas para protegerlos, a lo que el sacerdote a cargo explicó que la puerta se mantendría abierta, ya que comenzaron a llegar personas que buscaron refugio en el lugar, a los que se les asistió. 

      Sin embargo, ha habido un claro alejamiento de la esta institución con su comunidad, como lo demuestran los rayados que sufrieron aludiendo a casos de pedofilia ocurridos internacionalmente, así como las rejas metálicas que separan el frontis de la catedral de la comunidad, que se mantuvieron cerradas durante gran período de las manifestaciones dejando cerradas las puertas de lo que en dictadura fue un verdadero refugio.