Eduardo Aramburú: escritor, gestor cultural y sobreviviente

*Es un escritor imprescindible para Atacama, ha publicado trece libros de su autoría y como editor más de cuarenta libros de autores de la región, es miembro de la Academia Chilena de la Lengua y tiene una larga lista de premios. Un indiscutible impulsor de la actividad cultural, gremial y de resistencia en tiempos de dictadura.

Por Jessica Acuña Neira.

Le impresionó el paisaje cada vez más seco. El bus era incómodo, pero cuando subió se alegró quedar sentado lejos de las ruedas, porque él tenía las piernas largas y esa notoria elevación significaría viajar completamente doblado, con sus rodillas cerca del pecho. Había abordado el bus con una pequeña maleta a las ocho de la tarde. Al llegar a La Serena terminó el pavimento del camino y comenzó “la calamina”, es decir los saltos producto del camino de tierra con la vibración constante en la ventana. El calor se sentía cada vez más fuerte en ese julio de 1962.
     Eduardo Aramburú tenía 16 años de edad, hasta hace unos días se encontraba en Santiago
estudiando las humanidades durante la noche y trabajando durante el día, para costear su estadía en la capital, forzada por un accidente que le obligaba a someterse a un tratamiento imposible en su natal Chimbarongo. Pero le llegó una carta de su tía Elcira, diciéndole que, como él sabía, había enviudado y con sus tres hijos necesitaba ayuda. En el sobre también venía un pasaje de ida a Copiapó que él, sin pensarlo demasiado, usó. Por eso estaba en ese bus donde la gente podía fumar, intentaba entretenerse mirando el paisaje árido y distraerse de la sed cada vez más apremiante, que no tenía como calmar, agravada con el polvo levantado por el paso del vehículo que se filtraba e inundaba el transporte. No había llevado alimentos, como los demás, que precavidamente comían cada cierto tiempo sus sándwiches y bebestibles, así que fue un alivio la parada en Vallenar donde almorzó y compró una botella de agua. Más se alegró cuando a las cuatro de la tarde llegaron por fin a Copiapó. El Andes Mar Bus llegaba a la plaza, Los Carrera entre Colipí y Chacabuco. Seguía sin ver árboles, no al menos como en el centro del país y todo le pareció tan antiguo. Caminaba y sólo veía casas bajas, de un piso, con techos de barro. No le desagradaba, pero era tan distinto.
      Sus ojos rápidamente se acostumbraron a la nueva paleta de colores de la ciudad: cafés, amarillo, cielos azules, violetas al atardecer; al frío de la noche desértica y el calor infaltable del medio día.
      Él atendía la caja en el restaurante “Copiapó” de su tía, aunque también asistía en otras labores, lo que fuera necesario en un negocio familiar ubicado en el centro de la ciudad, en Maipú entre los Carrera y OHiggins, frente al Mercado Municipal. También salía con sus tres primos pequeños, especialmente con Zoia, fue su regalona, iban al estadio y a unas cuantas actividades culturales.
      Se matriculó en el Liceo de Hombres, en la jornada nocturna. Poco a poco se integró a una intensa vida cultural. Había grupos de teatro, cine y literatura. Los estudiantes crearon un periódico cultural que se llamaba “Hacia el saber”. Eduardo fue el Director. Osman Cortés, otro de los alumnos, el periodista. Rápidamente se hicieron amigos. Aramburú publicó poesías y artículos como uno donde rescató la labor que hacían los lustrabotas. Eran cuatro páginas en mimeógrafo o
imprenta que sin embargo fueron el inicio de un camino para varios de sus escritores.

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En ese temprano período de su vida de estudiante comenzó también su inquietud por abrir caminos para la actividad artística. Formaron el comité Pro Casa de la Cultura, ya que los jóvenes, algunos artistas e interesados en la cultura miraban con envidia como en otras ciudades los municipios o el Estado fomentaban espacios destinados a desarrollar este tipo de actividades. A sus escasos años, su entusiasmo y liderazgo lo llevó a ser electo director de esta entidad, que impulsó variados encuentros, ya que estaban integradas varias disciplinas, pintura, música, literatura, dramaturgia. El pintor Julio
Aciares era uno de sus integrantes junto a otros como José Francisco Ossandón, Alejandro Aracena y la joven poeta Amada Esperanza de Laire, hija del Director del Diario La Prensa don Carlos de Laire.

Hasta el año 1970 este grupo impulsó la actividad cultural en Copiapó. Entre medio, Andrés Sabella había tendido un puente con los jóvenes escritores y les impulsó a rescatar la figura de José Joaquín Vallejo, primer cronista del país. Aramburú se fue a estudiar a la Universidad Técnica del Estado de Talca, pero antes, siguiendo los consejos del escritor nortino, crearon el grupo literario Jotabeche, que quedó presidido por Alejandro Aracena y Oriel Álvarez.
      A los 17 años, seducido en parte por el diario El Siglo, -que ponía los temas de los campesinos y trabajadores en la agenda, particularmente por su suplemento cultural-y la influencia del regidor y poeta Lorenzo Reygada, ingresó a las juventudes comunistas. Militancia que llevó a la universidad, donde sus dotes de liderazgo nuevamente lo llevaron a impulsar las actividades literarias, a la presidencia del centro de alumnos y siendo ayudante de cátedra de economía y sociología y trabajador de la universidad, a dejar la representación estudiantil para presidir la Asociación de
profesores y empleados de la Universidad Técnica del Estado, Sede Talca, y subsede de Linares, APEUT.

Entonces ya se había casado, tenía hijos pequeños cuando la mañana del 11 de septiembre tuvieron noticias del Golpe de Estado e inmediatamente se convocó al Claustro Pleno de la Universidad, compuesto por académicos, directivos, no académicos y estudiantes, donde tomaron la decisión de escribir una carta. Se nombró una comisión redactora y luego el texto fue sometido al Claustro. En su contenido se hacía un llamando a los militares a no disparar contra su pueblo, agregando que no se aceptaba un gobierno “gorila”. Rápidamente la imprimieron y repartieron entre trabajadores de los cordones industriales de Talca, agrupaciones y diversos sectores de la ciudad.
      El día 12 de septiembre, estaba a punto de entrar a la universidad cuando escuchó que lo llamaban por “Eduardo”. Una curiosidad porque todos lo conocían por Luis, su primer nombre. Se detuvo a mirar hasta que se dio cuenta que en una Citroneta un funcionario amigo, de la D.C., lo invitaba a entrar. Abrió la puerta y escuchó.
      — ¡No! No, no entres, que te andan buscando y te van a detener – le dijo.
La decisión fue rápida: marcharse. Este compañero lo llevó a una casa de otros amigos, donde difícilmente lo buscarían mientras escuchaban en la radio del automóvil los bandos militares. Su nombre encabezaba una lista de personas que debían presentarse perentoriamente en el regimiento. Lo pensó todo el resto del día, lo conversó con sus anfitriones y se convenció que como presidente de su gremio, absolutamente legal, no tenía nada que esconder ni acciones que lamentar. Así que en horas de la tarde cruzó la puerta del Regimiento. El militar a cargo lo reconoció como parte de la UTE y le dijo que estaba citado para el día siguiente a las diez de la mañana, donde los interrogarían.
      Así que al día siguiente todos los funcionarios de la Universidad se encontraron en el regimiento y conocieron a su nuevo rector designado: un militar con grado de capitán, el Capitán Zuhkino, que uno a uno los fue interrogando. Después de conversar con el último de los funcionarios, el capitán se paró y anunció:
      — Aquellos que voy a nombrar se quedan. El resto puede irse inmediatamente. Antes que me arrepienta -dijo comenzando a leer una lista con siete nombres, los presuntos responsables del delito de escribir una carta con un calificativo molesto para los militares golpistas. Aramburú escuchó el suyo y vio salir a gran parte de sus compañeros de universidad del recinto militar.
      Lo siguiente fue entrar a una piscina con un agua gélida que les llegaba hasta los tobillos en un sector de la piscina. Cuando los nombraban debían salir aprisa, ya que los esperaban culatazos de los militares que los custodiaban y los rodeaban. Entraron y salieron varias veces en el día, en el inicio de las torturas, esas que dejan marcas en el cuerpo y en el alma. A Eduardo le preguntaban por la carta, por lo que enseñaba en sus clases de economía. Esperaban que confesara que instruía marxismo. Algo que no confesó, porque claro que estudiaban “El Capital”, como wertyu también a los
otros autores fundamentales en discusión en plena guerra fría. De las amenazas, recuerda sobre todo las realizadas a su esposa y sus hijos, que si algo le pasaba a algunos de los militares, ellos lo pagarían.
      — Nos sacaban a presenciar el castigo a alguna persona. Recuerdo a un profesor de enseñanza básica, él tenía que cantar la canción nacional con la parte de los militares. Nadie se la sabía. Por supuesto que yo la había leído, pero de ahí a aprenderla. Le pegaban de una manera…terrible.

Hasta que caía al suelo. Nos hacían presenciar un simulacro de fusilamiento, pero nosotros no sabíamos que era simulacro. Nos sacaron de los calabozos y nos llevaron a una sala donde debíamos estar en cuclillas con las manos en la nuca. Fue la peor parte porque si tú te colocas en cuclillas durante ciertos minutos se te adormecen las piernas y te caes. Te levantaban a puros culatazos. Igual te caías. Tú sentías que no iba a terminar nunca. Nos sacaban y nos llevaban a la sala de interrogación, querían saber dónde estaba el mimeógrafo, quienes habían salido a repartir la carta, quienes más estaban involucrados.
      El 13 de septiembre, más bien en las primeras horas del día 14, como a las tres de la mañana, los sacaron de la sala donde los tenían en cuclillas y con las manos en la nuca, los subieron entre golpes a un vehículo militar, sin saber a dónde se dirigían. Todos al unísono pensaron que los matarían, pues ya había desaparecido un compañero del grupo de la UTE. Eduardo escuchó cuando el capitán le dijo al teniente a cargo:
      — Ya sabes lo que tienes que hacer, si alguno se mueve, usted dispare no más.
Alguno de los prisioneros dijo que los llevaban al cerro, donde los matarían. Eduardo sintió el camino como lo último. Nadie hablaba. Recuerda que sintió la subida en el cerro mientras se convencía que iba hacia el lugar donde lo fusilarían. Cuando el vehículo paró y los hicieron bajar en fila india con las manos en la nuca, se dio cuenta que habían llegado a la cárcel.
      Aramburú es un sobreviviente. De esas torturas que acabaron cuando por fin llegó a la cárcel y se encontró con otros tantos compañeros con el alivio de ver a quien creías muerto. Del proceso acusado, en el que intervino la Cruz Roja Internacional por ser declarado terrorista debido a su participación al escribir una carta donde rechazaban un gobierno militar.
      Los días en la cárcel fueron mejores. El Alcaide era buena persona. Lo peor seguía siendo escuchar el nombre.
      — Cuando llamaban a alguien a interrogatorio se hacía doble fila. Todos le daban un palmazo en el hombro, le decían, ‘suerte, suerte’, porque normalmente la gente llegaba muy mal. Se llamaba por alto parlante porque tenían que interrogarlo los militares en el regimiento. Esos interrogatorios eran muy duros. La gente salía caminando y había que entrarlos en andas en la mayoría de los casos. Ese asunto se repetía muy seguido.
      Lo vivió junto a su compañero de universidad y de prisión, Isaac Huespe, la doble fila, las palmadas en la espalda, a él le decían ‘niño’ y les deseaban suerte a ambos. Caminaron hacia la sala donde estaban los militares, pero tomaron otro pasillo y los llevaron hacia la oficina del Alcaide. Allí su compañera de universidad, una religiosa que estudiaba pedagogía, Bernardita Riquelme, les esperaba, rompiendo así la incomunicación a la que estaban sentenciados. El Alcaide los dejó solos. La monja de entre sus polleras sacó una carta para cada uno y papel y lápiz. Aramburú escribió a su esposa, le decía que todo estaba bien y que pronto estarían libres.
      Los prisioneros habían escuchado de la caravana de la muerte y sus asesinatos. Pero tenían esperanza en el militar que estaba de Intendente, el Coronel Efraín Jaña, porque había mostrado compromiso con el gobierno de Allende. Al mismo tiempo temían por su suerte si llegaban, pensaban que seguro elegirían a los de la UTE, por su fama de refugio de la izquierda.

      Afortunadamente se cumplió la esperanza, ya que llegó la siniestra comitiva a la zona y el intendente efectivamente impidió la masacre, lo que le costó la baja y la prisión.
      Aramburú estuvo preso dos años. La primera condena fue por ocho, pero gracias a la intervención de abogados de la Cruz Roja Internacional y del Obispado de Talca a los cinco autores de la carta los condenaron a dos años. Estuvo en las cárceles de Talca, Parral y luego lograron un traslado a Copiapó, donde Teresa, su esposa, contaba con sus padres. En su libro escrito durante su estadía en la cárcel, “Engranaje del tiempo” en el poema II retrata con profundidad el dolor: “Huye la esperanza como fiera dolorida/…/En el jardín de los meses vestidos de gris/ mi carne se enferma/ mi espíritu llora/ mi mente se afiebra/ No aparece tu nombre cuajado de alivio/ Grito de furia/ me canso/ me duermo/ en el vacío sin Dios”.
      Esos fueron años difíciles en lo económico también, ya que desde el golpe la universidad lo exoneró sin ningún tipo de indemnización. Entonces la solidaridad de vecinos, compañeros y amigos ayudó a esta familia hasta lavuelta al norte.
       Pero los malos momentos no terminaron.
       Ocurrió cuando intentaba una nueva forma de ganarse la vida. Porque cuando salió libre buscó otras maneras de generar ingresos, ya que muchas puertas estaban ahora cerradas. Se dedicó a hacer muebles de todo tipo. Se encontraba haciendo un frailero, un mueble quemado, por ese entonces de moda, así que trabajaba con el soplete sobre la madera para darle ese color oscuro cuando la herramienta reventó y lo dejó con quemaduras en su rostro, en sus manos y parte del cuerpo. Lo trasladaron a Santiago, donde agradece al médico de apellido Fierro, quien se esmeró en reconstruir su rostro, ya que había quedado con los párpados vueltos hacia abajo, la boca sellada y la nariz como una masa, como él recuerda. Hoy tiene un rostro donde hay que concentrarse para ver sus cicatrices, ya que las personas suelen más bien ver al ser humano que ha hecho de sí mismo, ante todo, amable, de voz profunda, reflexivo, que inspira respeto.
       “Esa mañana el sol no saltó por la ventana/ El Trudeau me indicó cirugía plástica/ Y mis ojos vieron la herida que el fuego/ dibujó en mi cara” retrató ese momento en el poema “Incertidumbre” parte del libro “Transparencias” que escribió al salir en libertad. “El Comité Pro-Paz canceló todo/un indigente era yo desde ese septiembre/cuando la barbarie cortó los árboles/quemó los libros, destruyó las aves,/y protegió a las culebras que se deslizaban/por entre las zarzamoras” continúa contando en versos esa historia.
        Y la presencia de su esposa, Teresa, fue vital para su recuperación: “Estaba junto al dolor de la lejanía/del norte, de mi casa/y llegaste/traías la dulzura en tu mirada de universo …/tus manos, eran mis manos/ bosquejando nuevamente/ el mañana./Y entre el dolor/ la incertidumbre/ del pem-total/ aparece la transparencia de tu voz:/ Volví a creer en el amor”.
         El accidente no lo detuvo.
Regresó recuperado a Copiapó tras varias operaciones y un largo tratamiento. Se unió a ALUTEC, el grupo literario al alero de la Universidad Técnica del Estado, sede Copiapó, en que se refugiaron los escritores luego de que el grupo Jotabeche fuera intervenido por los militares que nombraron a Lucía Román, escritora de su confianza a cargo, obviamente partidaria del régimen. Oriel Alvarez, Alejandro Aracena, Juan García Ro y otros más fueron recibidos gracias a las gestiones de académico Enrique Lillo en esta academia literaria que les ofreció la posibilidad de reunirse y publicar revistas con sus trabajos, pero bajo tutela. Es decir, para sesionar debía estar presente al menos uno de los dos profesores a cargo y no tenían ninguna capacidad propia de tomar decisiones. A Aramburú esto no le pareció nada bien, así que conversó con todos ellos y les invitó a independizarse, en el momento una verdadera conspiración.
          Así nació el grupo literario Copayapu. La idea se concretó en el pueblo San Fernando, en una parcela del padrino de matrimonio de Eduardo, que la prestó para un asado de un grupo de amigos. No alcanzó para carne, así que hicieron una fritanga de pescado, mientras se organizaron, se propusieron para el próximo aniversario de Copiapó, el del año 1978, publicar un libro que rompiera el silencio de décadas, sin ni siquiera un libro de un autor copiapino. Estaban presentes:
  Tussel Caballero, Medarno Cano, Angela Cuevas, Juan García Ro, Alejandro Aracena, Andrés Ríos, Nalky Pesenty, Danilo Octavio Bruna, Nilsa Muñoz y Fresia La Flor.
           Juntaron dinero, reunieron  sus trabajos, los discutieron y se lanzaron a la tarea. Presentaron el libro a la Seremi de Educación para solicitar su autorización. Pasaron los meses y ni una respuesta, hasta que el abogado de dicho estamento en una reunión privada le dijo a Eduardo que el libro iba a ser rechazado. Le sugirió que lo retirara mediante una carta sin ningún tipo de comentarios y lo enviaran a una imprenta fuera de la Región, donde seguramente pensarían que contaban con los permisos para su publicación. Eso hicieron.
          —Hablamos con una imprenta de La Serena, conseguimos un préstamo porque no nos alcanzaba la plata que habíamos juntado. Nosotros teníamos muy poca idea de cómo teníamos que hacer el libro, mandamos solamente los originales. La imprenta conocía a Benjamín Morgado, un escritor que pasaba mucho tiempo en Santiago pero también en Coquimbo. El dueño de la imprenta le dice que ‘están haciendo un libro de poetas copiapinos, pero incompleto, solamente tienen los originales, no está inscrito. ‘Ya no te preocupes dijo él’, y él solucionó todo, él inscribió en el Depto. de Derecho de Autor el libro, hizo todo lo que había que hacer legalmente, incluso hizo las correcciones del libro. No aparece su nombre en el libro, porque nosotros no teníamos idea que él estaba haciendo todo eso -recuerda sobre estos primeros pasos que abrieron el camino de las letras en Atacama.
           —¿Y todos ellos estaban en contra de la dictadura?
           —Al menos todos compartíamos la idea que no podíamos seguir viviendo en una situación como la que estábamos. Lo pensábamos desde el punto de vista del escritor que necesitábamos libertad para escribir. Y poder decidir. En eso estábamos todos de acuerdo.
            El libro llegó y lo celebraron con una presentación en la sede del Sindicato de Cerro Imán, en noviembre de 1978. Pero querían cumplir con su meta, que fuera parte de las celebraciones del aniversario de la ciudad, el 8 de diciembre. Algo difícil, después de todo era una publicación sin los permisos y autorizaciones que exigía el régimen. Así que buscaron la forma y la encontraron con Angela Cuevas, que participaba en uno de los centros de madres de Cema Chile, la institución que presidía la esposa del dictador, donde “señoras” de militares vigilaban las reuniones de las
mujeres que participaban, generalmente motivadas por tejidos y bordados de variado tipo.
            Así que ella habló con una de esas esposas, le contó con la mejor de sus sonrisas que con unos amigos escritores habían publicado un libro, donde aparecían sus poemas y querían entregarlo al Intendente, Arturo Alvarez Sgolia, en la ceremonia de aniversario de la ciudad. Así que el 8 de diciembre Angela Cuevas se presentó en el Estadio Techado, la señora del militar la llevó donde el encargado de la ceremonia, les mostraron el libro y el locutor a la hora de entregar presentes la nombró y ella subió al  escenario y entregó la Primera Antología del Copayapu al Intendente.
            Los escritores celebraron.

        El siguiente paso fue la creación de la Sociedad de Escritores de Atacama, SEA. Pusieron fin al grupoCopayapu y hablaron con todos los escritores de las distintas comunas de la región.
        Estaban Pedro Serazzi y Omar Monroy, en Chañaral ambos partidarios de la dictadura, quienes aceptaron integrarse junto a los restantes amantes de las letras de Vallenar y Huasco.

      Las actividades se sucedieron con éxito. Reuniones periódicas de escritores de todas las provincias, recitales poéticos donde leían sus trabajos, publicaciones, tres nuevas antologías, premios y encuentros zonales e incluso nacionales.

      Eduardo recuerda que la primera actividad con la que “rompieron el hielo” fue en septiembre de 1979, un homenaje a Pablo Neruda, cuyos libros estaban prohibidos de circular, y donde se encontraron con muchas dificultades para conseguir un local donde realizarla. El sindicato de trabajadores de Cerro Imán se atrevió, no sin antes discutirlo seriamente. Aramburú y compañía eran bastante entusiastas, hicieron invitaciones y volantes en mimeógrafo y llenaron la sala, además obtuvieron cobertura de prensa. Invitaron a todas las autoridades, es decir, a los militares y su séquito de civiles en el gobierno. Esperaron que les prohibieran la actividad, pero nada. Lo importante, confiesa, era quebrar el miedo y ganar un poco de libertad. Fue una demostración que podían avanzar.
        Andrés Sabella fue una suerte de padrino de la Sociedad, vino varias veces a Copiapó y ofreció charlas y participó de recitales poéticos. Era un personaje vetado por el régimen. Ese mismo 1979 realizaron el primer encuentro, donde los escritores se reunían, analizaban, hacían ponencias y también recitales abiertos a la comunidad. El salón del Liceo Comercial se llenó de público, con la presencia de Andrés Sabella y René Vergara, participaron de una cena en el Club Social de Paipote, donde leyeron sus trabajos, dieron otro recital en la biblioteca del Liceo de Hombres y obtuvieron
una gran cobertura de prensa, del Diario Atacama y medios nacionales.
         — El encuentro de alguna manera era de difusión. Nosotros queríamos posicionarnos como una voz en plena dictadura, mostrar que había un pensamiento que era distinto y activo. Ese era el principio. En este encuentro sacamos una declaración conjunta firmada por René Vergara, Andrés Sabella, Tussel Caballero, Juan García Ro y por mí, donde clamábamos por la libertad de expresión, porque los libros circularan libremente, nosotros estábamos pensando por ejemplo en el caso de Neruda que estaba prohibido -explica este escritor que dirigió la SEA desde su fundación hasta el
año 1986.
         La magnética personalidad de Andrés Sabella, su oratoria, sentido del humor, gran conocimiento de la literatura y su amor por el norte terminó cautivando a todos los integrantes de la SEA.
         Durante el año 1982 cada carta de esta organización tenía el membrete “Andrés Sabella Premio Nacional de Literatura”, pero ninguna universidad, institución o entidad se atrevió o quiso presentarlo como candidato. Así que dos años más tarde, Aramburú viajó a Antofagasta con la misión de recolectar todos los antecedentes que permitieran redactar la postulación del escritor del norte al premio nacional. En mayo ingresaron su candidatura firmada por la SEA.

           Años más tarde, Andrés Sabella, en una entrevista en la Radio de la Universidad de Atacama le contó a Osman Cortés que a él lo llamaron para comunicarle que se había ganado el premio nacional de literatura en 1984. Sin embargo, los militares al enterarse, llamaron al orden al jurado y finalmente el premio fue para Braulio Arenas, escritor que celebró el golpe con sus versos.  Sabella murió sin recibirlo y sin siquiera poder entrar a la universidad que lo había nombrado doctor Honoris Causa, la del Norte.

            Los encuentros los hacían sin dinero, sin fondos concursables ni organismos que los apoyaran. Aramburú recuerda que Salomón Cid les donó carne para la alimentación de los 35 escritores del más grande de los encuentros, que el IEP les prestó la cocina y sus instalaciones y que en casas de los escritores copiapinos alojaban a los invitados. Los pasajes generalmente los costeaba cada participante. Obtenían patrocinios, por ejemplo de la Universidad Técnica del Estado o después UDA, pero sin recursos asociados.

     La sala de la cámara de comercio y el salón la del Liceo Comercial fueron los lugares donde desarrollaron las constantes actividades. Eran momentos en que un grupo folclórico generalmente abría, y luego leían sus trabajos. Actividades largas, normalmente duraban cerca de dos horas, en las que los y las poetas deseaban leer sus trabajos. Las antologías comenzaron a hacerlos ellos mismos, imprimían con un mimeógrafo y Danilo Octavio Bruna tenía la capacidad de encuadernar. Así sacaron “Canto de cobre y niebla” en1980, “El hombre y el paisaje atacameño” en 1985 y “Por norte la esperanza” en 1987.

      En 1985, Eduardo Aramburú renunció a la SEA para dedicarse a luchar más frontalmente por la recuperación de la democracia en la AGECH, organismo paralelo al entonces designado Colegio de Profesores.

AGECH

recuerda este escritor, el militar les contestó:

       —Les voy a sugerir un asunto importante frente a lo que están planteando, ustedes están hablando que quieren capacitación, hay una forma muy eficaz que es la autocapacitación, y yo les sugiero que busquen ese camino.

        Luego, el gobierno sacó un decreto en respuesta donde anunciaron que llevarían observadores externos a las aulas a revisar como los profesores estaban impartiendo las clases. LA AGECH lo consideró inaceptable y respondieron con una fuerte declaración pública, que fue publicada, por cierto, en el Diario Atacama. A los pocos días unos carabineros golpearon la puerta de Aramburú, diciéndole que el gobernador lo necesitaba inmediatamente en su oficina. Un momento de miedo y tensión, que recuerda por la dificultad que tuvo para responderles con un débil “sí”, con una voz de ultratumba.

          Raúl Porcile, el gobernador, había sido siempre amable con él. Incluso Aramburú recordaba un acto político hecho en la plaza, a un año del día que encontraron los tres cuerpos degollados de José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino, donde manifestaron su repudio a este golpe, considerando además que Manuel Guerrero fue presidente de la Asociación Gremial de Educadores de Chile en la Región Metropolitana. Un acto rápido, en el que pusieron coronas y hablaron respecto a lo ocurrido sin sillas, micrófonos o alguna otra preparación. No llegaron policías. Pasó el Gobernador, se acercó a Aramburú y le preguntó de que era su actividad, él le respondió tranquilamente y no pasó a mayores. Pero esta vez, estaba furioso.

        —No sabe usted lo que me ha costado convencer al intendente que no los relegara a todos ustedes no sé a dónde. Yo lo conozco a usted y lo he defendido, pero esta va a ser la última vez -recuerda el escritor sobre un monólogo que duró bastantes minutos, pero que a él le devolvió la calma.

         Después de todo, por mucho menos varios habían terminado relegados o exiliados, o peor aún, en manos de los organismos de inteligencia. Detrás de esa defensa estaba el respeto que este partidario de los militares le tenía a la profesión docente, ya que su madre se casó con Abraham Sepúlveda quien fue para Porcile su verdadero padre, un personaje impulsor y amante de la docencia y, además, de las artes y las letras.

         No era fácil en esos tiempos. A unos días del asesinato de los degollados, la AGECH organizó una misa en conmemoración en la catedral de Copiapó, dirigida por el Obispo Fernando Ariztía. Leonor Núñez, Nora Montero, Ana María Torres eran algunas de las docentes que se preocupaban de poner crespones negros en las solapas de los numerosos hombres y mujeres que repletaron esa iglesia de piso negro y blanco, bancos de madera, construcción colonial del siglo XIX de tres naves amplias y con un sagrario de plata cincelada.

         Todos eran rostros conocidos, exceptos unos hombres al fondo, de pelo sospechosamente corto para la época, traje formal y oscuro. Aramburú sintió que eran parte del aparato de inteligencia, varios lo comentaron en voz baja y pensó en lo valiente que eran esas colegas al verlas acercarse a esos sujetos sin vacilaciones, tomar sus chaquetas y clavarles el crespón negro sin mayores comentarios.

Nora Montero recuerda el momento:

         —Organizamos una misa, se la pedimos a don Fernando Ariztía, acordamos hacer crespones negros para todos los asistentes, para darle algo más simbólico, hubo palabras en la misa, representantes de personas que participaban en ese tiempo en contra de la dictadura. Nosotros ubicábamos a los CNI, le pusimos los crespones a los cenachos, fue la Leo Núñez y otra compañera, la Blanca Pérez, que vivía en la población Los Sauces, profesora de la escuela Especial, ellas hicieron eso de ponerles los crespones, esa osadía fue ocurrencia de la Leo y la Ximena Cataldo. Nos costó bastante caro porque cuando salimos de misa estaba afuera Carabineros, se armó una trifulca, pero después logramos rearmarnos y hacer la velatón.

         Los taxistas que tenían su paradero en la plaza, frente a la catedral, despejaron la zona, como varias otras veces, para que pudieran realizar la velatón. Luego de instalar las velas en el piso, comenzaron a dar una vuelta alrededor de la plaza, cuando Carabineros comenzó a dispersarlos.

         —Tuvimos que entrarnos a la catedral. Don Fernando siempre tenía la gentileza de dejarla no sólo abierta si no que se quedaba una persona, para que luego que entrara la gente cerraban altiro la catedral e impedían el ingreso de carabineros. Después salíamos tranquilamente por otro lado, por la calle O’Higgins, después de un rato. Eso fue no sólo en esta actividad, siempre, don Fernando era muy preocupado de que en lo posible a uno no le pasara nada – recuerda Nora sobre esta actividad y de un modo de actuar en que la Iglesia Católica tuvo un rol protector.

          La AGECH tenía personalidad jurídica, una sede donde se hacían peñas y actos culturales, y que servía también de lugar de reunión de muchas otras agrupaciones que comenzaban a conformarse con norte democrático. Las peñas eran importantes porque permitían que la gente se encontrara, profesores, estudiantes, apoderados y público en general. Varios artistas colaboraban con su participación.

          Durante los años de existencia de esta agrupación, Aramburú fue su presidente “vitalicio”, ya que todos los años lo reelegían.

       Esa participación culminó cuando ganaron las elecciones democráticas en el Colegio de Profesores, el año 1989, en una lista donde Aramburú, por cierto, no estaba. Todos esos años el escritor continuó siendo comunista, lo que no le impidió participar activamente en la campaña por el NO y posteriormente por las elecciones presidenciales y parlamentarias. Hasta que hubo una reunión del comando de profesores por Aylwin en la sede de la Democracia Cristiana y le ordenaron que se retirara, ya que le dijeron que él no podía estar en ese lugar. Ahí descubrió que no estaría ya con muchos de los que había trabajado por la democracia. Varias de sus compañeras de la AGECH sin militancia política pero activas en las actividades de resistencia no se sintieron bien recibidas en las nuevas organizaciones dirigidas por la concertación de partidos por la democracia.

       Aramburú, un hombre comprometido con su época y con la esperanza de cambios en la sociedad, en los años 90 abandonó el PC para integrarse al PS.

DIRECTOR DE CULTURA

          Ana Ponce es dramaturga, dio sus primeros pasos en este arte con la Agrupación Teatral Atenas originalmente de Tierra Amarilla, con un teatro que llama a la risa, lo que alternaba con modestos trabajos para ganarse la vida. Hasta que fue contratada para la producción de actividades culturales en el departamento de cultura que en ese entonces dependía de la Seremi de Educación, donde conoció a Eduardo Aramburú, quien estaba a cargo.

          —Una experiencia muy enriquecedora, más que un jefe fue un maestro para mí, muy luchador, un gran poeta, un buen amigo, capaz de dar muchos consejos sabios, me ayudó a tomar muchas buenas decisiones, me instó a estudiar, a enriquecer mi acervo cultural, me enseñó muchas cosas, un gran hombre en mi vida como jefatura y amigo.

          —¿Cuál fue tu primera impresión?

          — Congeniamos  muy bien, desde el principio acogió mi trabajo, me apoyó y me dio la posibilidad de expandirme como persona, me instaba a que yo pudiera hacer las cosas a mi manera, pudiera tomar autoría, decisiones, sin estar siempre al alero de él como jefatura. A usar mi criterio, y eso me ha servido mucho.

          —¿Qué dirías de su trato?

          —Me llamó mucho la atención el trato que tenía hacia los artistas, los gestores, los creadores, los artesanos y el amor que sentía por el acervo cultural de Copiapó, de la región. Un hombre con mucho arraigo. La calidez con que recibía a los artistas, y aún cuando había descontentos por cosas que pasan en los temas culturales él siempre tenía la palabra precisa para calmar los ánimos, para darle a esa persona el mejor consejo. Dentro de cualquier tema que se estuviera abordando, reunión, capacitación, era un conciliador y un hombre muy entendido en la materia cultural, tanto del arte como del patrimonio, conocía muy bien la región, los hitos de Copiapó, de las otras comunas, a los escritores, los artistas, quiénes eran y dónde estaban.

          Una gestión destacada de esa época fueron los cabildos culturales, que con la participación de los artistas sentaron las bases de una nueva institucionalidad para este mundo.  Eran tiempos con escasos recursos para actividades culturales, donde la infraestructura también daba cuenta de esa precariedad, con dos pequeñas oficinas adosadas a un tremendo edificio donde funcionaba todo el resto del Ministerio de Educación en Atacama. Esas ínfimas dependencias las ocupaban primero Aramburú, Ana Ponce, un encargado administrativo y posteriormente la recién egresada periodista Sheyla Araya, al recientemente creado Consejo Regional de las Culturas y las Artes, en el año 2004.

          —Don Eduardo Aramburú fue el primer director de esa ex institución, haberlo tenido de primer jefe y de primer director una experiencia que yo creo nunca voy a olvidar. Nos tocó a un equipo muy pequeño implementar está institucionalidad cultural en la región, fue un desafío muy grande, ir a la descentralización del quehacer cultural, implementando acciones de fomento, desarrollo y además en cuanto contenido es decir las líneas programáticas que había que ejecutar o las particularidades propias de la región. Él los llevó con un sello súper particular, propio de su ser, ese profundo sentido reflexivo, muy propio de su mirada sobre la importancia de la cultura tanto en la vida de las personas, como a nivel de sociedad -recuerda con cariño Sheyla Araya, quien hasta la fecha ha continuado en esta entidad cultural, ahora Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

          Ella lo recuerda con una fuerza impresionante para recorrer las comunas de la Región, alejadas fácilmente cada una de ellas a dos horas de distancia de la capital regional, siempre vestido formalmente con pantalón de tela, camisa, chaqueta, en muchas oportunidades con una boina y radiante de felicidad el día que en el centro de la plaza de Copiapó, bajo su abundante sombra y la presencia de destacados artistas de toda la región y del Ministro de la cartera, presentaron la primera política regional de cultura.

         De eso han pasado varios años ya y Eduardo Aramburú, desde su casa antigua ubicada en el centro de la ciudad, mantiene una pequeña imprenta, mismo lugar desde el que ha continuado con su labor impulsora de la literatura con la Editorial Tamarugal, con un catálogo de libros que cada año aumenta. Incansable y fructífero, ha enfrentado la pérdida de su esposa, ha sobrevivido a un cáncer, pero nada lo ha detenido.